LA IRRACIONALIDAD EN EL ODIO
LA IRRACIONALIDAD EN EL ODIO
Por Hugo J. Byrne
Hace
más de cuatro décadas, cuando recién llegado a California establecía mis
primeras relaciones sociales en esa área, recuerdo con incredulidad algo
chocante que dijera una persona en mi entorno. Se trataba de una joven de origen
cubano, madre de dos pequeños hijos.
El matrimonio había emigrado de Cuba antes de 1959 y aunque quizás por
bondad o cortesía demostraba un cierto grado de solidaridad hacia los nuevos
emigrantes políticos, una relación más cercana encontraba la reticencia
proverbial que exhibían algunos entre los que nunca se habían visto personalmente en la
necesidad de encarar las bondades del sistema impuesto por Fifo y sus
cómplices. La tendencia era, si nó
hacia la total aprobación del castrato, por lo menos hacia una parcial
justificación.
Es
importante enfatizar la palabra algunos, pues conozco inmigrantes de
los años cincuenta que demostraran genuíno entendimiento de la tragedia cubana y
amor por la patria, algunos al extremo de jugarse la vida en el malogrado
esfuerzo de Bahía de Cochinos.
Siempre es obtuso generalizar, pero muy especialmente hacerlo sobre una
comunidad tan pequeña como la colonia cubana en Estados Unidos antes de
1959.
Esos cónyuges
eventualmente se divorciarían y la señora de mi historia se convertiría con el
paso del tiempo, de liberal (en su
espúrea definición norteamericana) en socialista, visitando Castrolandia
periódicamente, aunque nunca
estableciendo residencia permanente en su país de origen bajo el régimen de sus
simpatías. Esa mudada habría implicado renunciar
totalmente a un sistema de vida muy cómodo y a un considerable ingreso, legítimo
producto de inversiones muy capitalistas.
¡Esa nación debería
desaparecer del planeta! La increíble declaración, más originada
en irreflexiva verborrea que en genuíno odio, concernía a Alemania, país que no
recuerdo por qué motivo surgiera en nuestra conversación. Nuestras tertulias degeneraban siempre
en reñidas discusiones que a veces se tornaban amargas.
No creo necesario
anotar que la señora se refería al estado Nazi, no a la nación alemana. Cuando traté de establecer esa
distinción con ella, ya que el llamado Tercer Imperio había desaparecido más
de quince años antes entre los escombros humeantes del Berlín de 1945, me
percaté de que mi interlocutora no era capaz de entenderla.
El odio y
especialmente la irracionalidad en el
odio, tiene profundas raíces en la ignorancia. Los alemanes, quienes en los años veinte
y treinta del siglo pasado le otorgaran a los nazis suficiente pluralidad
democrática para que estos fueran capaces de establecer uno de los sistemas
totalitarios más opresivos y sangrientos de esa era, indiscutiblemente padecían
de ignorancia política. Los propios
nazis eran un rebaño cerril, pero sumisamente leal a su mandón, Hitler. Este último era también un individuo de
escasa educación y evidentísima ignorancia en temas íntimamente relacionados a
las trágicas acciones en que eventualmente involucraría a su país.
La intolerancia
de los medios publicitarios hacia los cubanos exiliados en general y en
particular el odio hacia aquellos que mantienen activa nuestra causa es, en
exceso de un noventa por ciento, producto de ignorancia supina. Si ahondamos ligeramente bajo la
superficie nos encontraremos que esa ignorancia es la base principal de su
absurdo catecismo político. Muy
recientemente y como directa consecuencia de los rumores sobre la muerte
inminente del Tirano, una reportera local me llamó para obtener mi dirección,
con el objeto de una posible entrevista. La mencionada interview se realizaría
en la oportunidad de materializarse el tan deseado evento.
La periodista me
dijo que desearía poder contrastar mis opiniones de esa ocasión con las del Consulado cubano local, para lo
cual me preguntó si yo le podía proporcionar la dirección y el teléfono del
mismo. Con infinita paciencia y
apenas conteniendo la risa le comuniqué que Castrolandia y Estados Unidos no
tenían relaciones diplomáticas formales desde 1960 y que en consecuencia, un
Consulado cubano local no podría existir. Pareció quedar satisfecha con mi
respuesta, aunque quién sabe
El argumento
central de nuestros críticos en la prensa norteamericana es que somos un grupo
resentido y en consiguiente dominado por
el odio hacia Castro y su régimen.
Esta animosidad de los medios de comunicación norteamericanos contra los
cubanos libres llegó a su clímax durante los suscesos que culminaran en la
repatriación del niño náufrago Elián González, quien desde entonces (tal
como lo denunciara en esa ocasión el exilio cubano), no ha sido otra cosa que
una mascota más en la propaganda del régimen castrista.
De acuerdo a esta
peregrina teoría de la llamada prensa liberal, somos los exiliados quienes
estamos todos llenos de odio y ese odio se refleja en todas y cada una de
nuestras acciones. Muy especialmente cuando evocamos actos
violentos contra el régimen de La Habana.
Perdido en esa lógica del absurdo es el hecho histórico indiscutible de
que el régimen de La Habana fue impuesto
por la violencia y que desde hace
más de 48 años se mantiene en virtud de la misma.
De acuerdo esa
lógica de la sinrazón, es la víctima y nó el victimario quien realmente es
responsable por el crimen. Se trata
de la quinta esencia de la irracionalidad esgrimida como justificación al
odio. Odio gratuito e
injustificable.